Modelos para hacer una ciudad más habitable

por Benjamín Salazar | *Para Santiago Adicto – @santiagoadicto


En uno de los paseos en los que me dedico a conocer o redescubrir distintos lugares de Santiago, me surgió -por milésima vez desde que me propuse hacer estos recorridos- una interrogante un poco obvia: “¿cómo no querer Santiago?”.

Inmediatamente después debí ponerme en los distintos escenarios en los que, posiblemente, una persona podría no compartir esa reflexión conmigo. No pasó mucho rato cuando llegué a la conclusión de que lo más probable es que la gran mayoría de personas que no viven o trabajan en el Santiago atractivo, vibrante o instagrameable en que se ha transformado la zona centro-oriente de nuestra capital, no concuerden con esa afirmación.
Sin profundizar en las razones de por qué hemos llegado a construir y habitar una ciudad con niveles de segregación cultural, ambiental y social tan graves como los que tenemos; y con la intención de mirar el vaso medio-lleno, me referiré a uno de los ejemplos que me hace pensar en la relevancia de la democratización de la belleza en el espacio público. Un ejemplo que sirve para levantar el ánimo y ponerle un poco de fe al modelo ciudad que queremos para Santiago: el Parque Fluvial Renato Poblete.

Una afirmación del premiado arquitecto Alejandro Aravena (“La calidad de vida de una urbe se mide por lo que en ella se puede hacer gratis”) es muy gráfica con respecto a lo que ocurre con este nuevo parque urbano, que vino a hacer precisamente eso, mejorar considerablemente la calidad de vida de quienes viven y circulan diariamente por Quinta Normal y la zona centro-poniente de la capital. Un sector que históricamente ha estado relegado y desprovisto de infraestructura que le permita a sus habitantes o transeúntes tener sencillamente un buen vivir, en el sentido más amplio de la palabra.
Basta con dedicar una tarde en ir a comprobar cómo la operación rescate de este verdadero oasis se resignificó y le devolvió la vida a una zona industrial que hasta hace poco estaba totalmente degradada. El bien pensado programa fue clave en esto y gracias a él la rehabilitación del paño mediante la construcción de 13 hectáreas de espacio público de gran calidad se dio casi en forma natural. Y entre sus distintas cualidades se preocupó de un ítem fundamental: encauzar y poner en valor la ribera del Río Mapocho, construyendo una laguna navegable con sus propias aguas y que le da el bien ganado título de “parque fluvial”.

Más allá de este gesto y gracias a sus múltiples servicios e instalaciones complementarias al agua, el parque se presenta como un lugar ideal para generar instancias de encuentro e interacción con el otro y al mismo tiempo dejando amplios espacios para quienes busquen mayor tranquilidad.
Por otro lado, me llamó positivamente la atención la presencia de equipamiento orientado a una necesidad muy relevante y contingente, la de generar educación ambiental. Por medio de recintos de compostaje y contenedores de reciclaje (con sus correspondientes infografías) se intenta promover valores y conocimientos sobre la importancia del medio ambiente y el uso racional de los recursos.

Esta iniciativa guarda total coherencia con una propuesta general del parque: ser un aporte a la construcción de una ciudad más sustentable o un modelo para una ciudad más habitable; ya que si, además consideramos la conexión que tiene con la Ciclovía Mapocho 42k y todos lo parques que le anteceden hacia el oriente, estamos hablando de que en este lugar se está consolidando un gran corredor verde que atraviesa prácticamente todo el Valle del Mapocho. Y lo mejor es que es gratis, abierto, participativo y democrático.

Pasear por aquí es admirar un ejercicio al que estamos poco acostumbrados. Desde la implementación del proyecto, la preocupación por la belleza y la tranquilidad, la arquitectura del paisaje bien trabajada. Una excepción virtuosa, sobre todo considerando la historia reciente de los parques urbanos de la zona poniente de Santiago.
Entonces aquí se sienta un precedente. En un país donde el 90% de la población vive en ciudades, y de ese porcentaje casi la mitad vive en la capital, es necesario empezar a cooperar y trabajar para producir soluciones urbanas con estos estándares; que sean sustentables, amigables con sus habitantes y que resguarden el funcionamiento y la movilidad urbana. Ciclovías y espacios peatonales traen muchos efectos colaterales positivos.

Igualmente en términos de salud de la población los beneficios de estas políticas son notables, tanto a corto como a largo plazo, lo que significa un impacto positivo en las cifras macroeconómicas del país.

El espacio público es donde la gente se cruza, se encuentra, se comunica. Por eso, en una ciudad donde nos presentan que la construcción de centros comerciales y autopistas es la gran solución a los distintos problemas que nos aquejan como comunidad. O donde las diferencias de áreas verdes entre las comunas con mayores y menores recursos es escandalosamente de hasta 17 veces, lugares como este me hacen creer que hay personas que están enfrentando bien los desafíos que plantea el desarrollo urbano en la construcción del espacio de todos, con una visión de largo plazo y con el ideal de que la ciudad se constituya como un espacio más democrático, equitativo y amigable.
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Texto y fotografías: Benjamín Salazar Piccione
Landie
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